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viernes, 30 de marzo de 2012

Olimpia de Gouges

Viernes, 30 de Marzo, 2012
Andrés Trapiello        
Las palabras son mucho por lo que dicen y, tanto o más, por lo que ocultan. Cada palabra es un iceberg. Los periodistas y los filólogos se ocupan de su parte visible, los poetas y los filósofos, de la no visible. Inseparables. Cuando la proclamación de los Derechos del Hombre y el ciudadano, quiso saber la ciudadana Olimpia de Gouges por qué las mujeres no podían votar o estudiar como los hombres. Acabó en el cadalso por gibelina: nadie le supo contestar. En la ilustrada Ginebra, de hecho, no pudieron votar las mujeres hasta bien mediado el siglo... XX. Conseguir un lenguaje que nos represente a todos no es tampoco tarea sencilla. El documento de un académico criticando algunas cartillas en las que se trata de fijar unas normas para acabar con el lenguaje sexista en ciertos organismos públicos ha vuelto a desatar la polémica. Cosa latosísima.
¿Qué dice¿este académico? Su texto es denso y profiláctico. Denuncia y lamenta que esas guías no hayan sido redactadas por filólogos. Son para él los filólogos el fiel de la balanza, y arranca, como un tenor en un aria de bravura, hablando de... “violencia doméstica”. Confundir a estas alturas violencia doméstica con violencia de género es cosa grave. Es bueno saber filología, pero si se va a hablar de lenguaje sexista, convendría acaso tener claras algunas nociones como esa. En cuanto a la lengua... Todos sabemos de palabras, más o menos, lo necesario. La lengua habla de oído, sin saberlo. Los académicos vienen luego y la ponen en solfa. Lo que no se ha visto nunca, ni se verá, es que el pueblo se exprese con partitura. Él habla por instinto, a cappella, y por lo general muy bien. También mal. Pero ese mal suyo, tan expresivo a veces, no lo mejora un gramático, y la lengua está tan llena de aciertos que fueron yerros en origen, que no vale la pena insistir en ellos. Durante años la Academia condenó los laísmos, loísmos y leísmos. No ha podido con ellos, y ha acabado por tolerarlos (ja):¿“La dijo que...”. ¿Que suena mal?¿Puede (¿qué es sonar mal?), pero en Castilla, que es donde se usa este laísmo, saben que a quien se le está diciendo eso es a una mujer...
Hace un tiempo una amiga me pidió, como tipógrafo, que diseñara sus tarjetas de visita. ¿Pondríamos médico o médica? No lo dudó: “Médico; en mi especialidad se fían más de los médicos que de las médicas”. Muchos, hace treinta años, se negaban a emplear la palabra jueza. ¿A qué obedecía esa resistencia?¿¿A que “sonaba” mal? No, desde luego: a aceptar que una mujer podía juzgar a un hombre. Ese académico y cualquiera de nosotros encontramos insufrible el empleo abusivo de femenino/masculino, ese “vascos y vascas, todas y todos” que da lugar a usos aberrantes. De acuerdo. Tampoco pasa nada usado con discreción, como el “señoras y señores”. Etc. La gente acabará diciendo “una miembro de la Academia”, les guste o no a las académicas, si con ello ataja. Pero, con todo, lo importante, y lo saben las feministas, es que el lenguaje crea ideología. Por eso quieren cambiarlo, en recuerdo de Olimpia de Gouges.¿Quiso probar que los Derechos del Hombre eran sólo los Derechos de los varones. Hoy lo sabemos. Hacer visible la parte invisible de las palabras: sospechaba ella y con razón que esa invisibilidad era la que también hacía invisibles a las mujeres.
http://www.lavanguardia.com/magazine/20120329/54277678253/andres-trapiello-olimpia-de-gouges.html

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