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martes, 16 de marzo de 2010

La receta es amor, firmeza, paciencia y un trato inteligente.

y tiempo.
- No convertirse en cómplices de los defectos
- El miedo a cumplir con el deber de padres
- Buscar siempre el bien del hijo
Aguascalientes, MÉXICO, a 16 de marzo del 2010
Por Carlos Fonz
Hace unos días tratamos de los berrinches o rabietas infantiles que ponen de cabeza a los padres de familia. Ofrecimos continuar con el tema y hacer algunas sugerencias que ayuden a enfocar mejor esas situaciones tan frecuentes en nuestros días.
Entiendo por rabieta o berrinche las expresiones descontroladas de ira que tienen los hijos para presionar a que los padres accedan a sus deseos y caprichos.
A mi entender, la mejor manera de enfocar el tema es a partir del amor que los padres tenemos a los hijos y de la claridad de ideas respecto a nuestra función. Además de aportarles a los hijos pequeños la protección, el alimento, el cuidado y la atención que requieren como un ser indefenso, la responsabilidad primaria de los padres de familias es encauzar y formar a los hijos para que emprendan el vuelo por sí mismos y lleguen a ser plenos y felices, lo cual implica que sean honestos, trabajadores, buenas personas y buenos ciudadanos.
Si partimos de esa idea, nos daremos cuenta de que en nuestra tarea como padres de familia hay cuestiones que son indispensables y otras que resultan accesorias.
Me explico: de igual manera puede llegar a ser pleno, constructivo y feliz el hijo de una familia con escasos recursos que el de una familia que nade en la abundancia de bienes materiales. Por lo tanto, la responsabilidad de los padres no depende de cuántos juguetes tengan los hijos, o cuántos cambios de ropa haya en el armario, de si van a una institución privada de educación o a una pública.
Sobrados ejemplos tenemos de personas que se educaron en las condiciones más adversas y que son muy exitosos en su vida personal, familiar y profesional, que son personas plenas y la mayor parte de las veces también son personas felices.
No convertirse en cómplices de los defectos de los hijos.
Para lograr esto y con independencia de las circunstancias, se requiere en primer lugar del amor. Un amor que va más allá del sentimiento generado en los momentos alegres y felices; que se cimenta en la decisión de amar al hijo por lo que es, no tanto por lo que nos aporta o nos hace sentir bien.
En la vida diaria, los hijos nos dan muchos momentos de gran alegría altamente gratificantes… también hay momentos en los que la primera reacción sería la de ignorarlos, desconocerlos, alejarlos…
Y eso haríamos si no estuviera de por medio eso que se llama amor y que está en las buenas y en las malas. Porque un hijo o una hija siempre lo serán: en los momentos del reconocimiento profesional y social, en los del sufrimiento y el dolor y en los del vituperio o el escarnio público, si llegaran a darse. Los padres de familia, a menos que perdamos por completo la objetividad, nos damos cuenta de los defectos del hijo, pero eso no nos impide quererlos, o mejor dicho, los queremos con todo y sus defectos.
Entendido eso, que se trata no solamente de querer a los hijos sino de quererlos buenos, mejores y excelentes en todos los aspectos de la vida, y sobre todo que los padres de familia queremos verlos felices y plenos para siempre.
Y justamente en eso hemos de trabajar el tiempo en que los hijos estén bajo nuestra custodia. Y por ello hemos de estimularlos, animarlos, encauzarlos y por supuesto corregirlos. Pero a todo esto, se preguntarán, ¿el tema no eran los berrinches infantiles o adolescentes? Para allá vamos.
Las rabietas o berrinches, decíamos, son una manifestación descontrolada ante algo que se desea y que no se puede alcanzar. De nosotros, como padres y madres de familia, depende que el pequeño hijo sepa encauzar sus manifestaciones para que sea constante en el pedir, hábil para encontrar la mejor manera de hacerlo, paciente para esperar lo que desea, tenaz para no desistir, humilde para aceptar cuando no se puede lograr todo, y desde luego inteligente para combinar lo anterior.
Sin embargo, de nosotros pudiera decirse lo mismo: debemos ser constantes en la decisión de formar, hábiles para encontrar la mejor manera de hacerlo, pacientes para esperar que el hijo lo entienda y lo asimile, tenaces para no desistir a las primeras de cambio, humildes para reconocer que nos equivocamos en el modo de educar, que debemos pedir ayuda o perdón en ocasiones y desde luego inteligentes para combinar todo lo anterior.
Y para aquellos padres o madres que desean una receta rápida para combatir los berrinches, les diré que no hay tal, porque no tratamos con mecanismos que funcionan siempre del mismo modo, sino con personas que a pesar de sus pocos o muchos años, disponen ya de inteligencia, de voluntad y comienzan a gozar de libertad para elegir qué hacer y cómo hacerlo.
Algunas ideas que pueden ayudar
Todo en la vida tiene límites, y necesitamos conocerlos. Aún más, nos ayuda el hecho de conocer los límites. A todos nos habrá pasado alguna vez que al conducir de noche por alguna carretera secundaria bajo la lluvia o la niebla se hace más peligroso el trayecto. Cómo ayudan en esos momentos las líneas blancas continuas o punteadas que están pintadas en el asfalto: permiten ubicarnos dentro del carril, con la seguridad de que nos mantendremos dentro de la carretera. Esas líneas marcan un límite, pero sólo un loco pediría que las quiten, pues esas líneas lo limitan o lo coaccionan.
Con los hijos sucede lo mismo: aunque en ocasiones no lo entienden, el hecho de marcarles límites les ayuda, les da seguridad. Cuando los padres nos vemos temerosos de establecer y de dejar claros los límites causamos a los hijos desasosiego, inseguridad. Tampoco debemos tener miedo de ejercer la autoridad que nos corresponde, ya que es indispensable para cumplir con la gran responsabilidad que representa ser un padre o una madre de familia.
Claro que hay muchas formas de establecer y de ejercer esa autoridad, pero la única efectiva es la que los induce a ser mejores, no la que nos lleva a convertirnos en cómplices de los defectos de los hijos por miedo a contrariarlos o a enfrentarlos.
Cuando el hijo pequeño sabe que a determinada hora tendrá que irse a la cama y a determinada hora deberá levantarse, quizá proteste, pero aquella rutina le da seguridad. Y no es que la regla constituya en un fin en sí misma, ya que se puede ser flexible dentro de algunos márgenes en algunas ocasiones especiales, como cuando papá regresa a casa después de varios días de estar fuera por un viaje de trabajo, o cuando hay una celebración familiar o cuando se transmite por la TV un programa muy especial que amerite ampliar en poco el horario.
En cualquier caso, debemos ser firmes, sin ser bruscos. Cuando se establecieron reglas de funcionamiento en la casa, lo normal será que deban cumplirse y que la indicación de papá o de mamá se obedezca. Pero de ahí a que se viva entre gritos, y no digamos que se llegue a los castigos físicos, hay un mundo de diferencia.
No debemos ofender y desde luego jamás maltratar, pero no podemos ceder ni abdicar de la responsabilidad de padres. Es preferible que el niño llore a gritos o desconsoladamente por un rato, antes de que se doblegue la decisión de ustedes. En el momento en que los dominen los llantos o los gritos, el hijo sabrá que Ustedes no tienen la autoridad sino él, ya que encontró la manera de hacer que Ustedes cedan.
Por otra parte, ante el berrinche de un hijo es preferible no regañar de manera violenta ni imponer un castigo físico, ya que igualmente se perdería autoridad, pues lo más probable es que de inmediato les venga el remordimiento de la acción y tratarán de compensar el regaño o el castigo, ¡accediendo a lo que el hijo desea!
En esos casos es preferible corregir con la mayor delicadeza, pero siendo firme en el propósito. Podemos decirle al hijo algo así como no puedo darte eso porque te haría daño, o no puedo dejar que vayas porque te podrías caer, o la razón que venga al caso. Tal vez el hijo no lo entienda a la primera y siga un rato con la rabieta, pero a la tercera o cuarta ocasión entenderá que esta actitud no lo lleva a conseguir lo que desea, y él mismo cambiará su actitud.
Hace tiempo escuché una imagen que me ha ayudado mucho en cuestiones de educación, y que les transmito por si fuera de utilidad: con los hijos sucede algo parecido a los antiguos herreros, esos artesanos que manejaban el hierro a su antojo y hacían verdaderas florituras, desde arados para cultivar el campo y obtener abundantes frutos hasta faroles y herrajes para puertas y ventanas.
Pues esos artesanos saben que el hierro es extremadamente duro y que resulta imposible doblarlo ya que primero se rompe. Pero saben también que cuando se calienta hasta ponerlo al rojo vivo, el metal más duro se convierte en algo moldeable que permite darle la forma que se desea.
Igual debemos proceder los padres de familia si de verdad queremos hacer de los hijos personas de bien, responsables, productivos, plenos y felices.
Si nos empeñamos en corregir en frío, el resultado será nulo. En cambio cuando la corrección viene envuelta en el calor del cariño, aquel proceso habrá de requerir trabajo, de constancia, de firmeza… pero al final saldrá una obra de arte. Es decir, hijos mejor orientados, ordenados, trabajadores, capaces de convivir en paz con los hermanos y de ayudar en la labores de la casa y de esforzarse en sus responsabilidades.
Pero no olvidemos que primero es el calor del amor a los hijos. Por ello, si se tratara de dar una receta, sería sencillamente ésta: quieran mucho a los hijos, pero busquen que sean mejores cada día, no se conviertan en cómplices de sus defectos. Sean firmes, pacientes, actúen con inteligencia y verán que en poco tiempo los berrinches desaparecen.
http://www.desdelared.com.mx/2010/familia/0316-berrinches.html

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