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sábado, 7 de julio de 2012

Manifiesta Ingratitud

Sábado,7 de Julio, 2012
Carlos Gutiérrez Aguilar
A mi padre.
No es tan majestuoso como el cerro de la silla, ícono de nuestros vecinos regios, ni imponente como el cerro del Bernal de Tamaulipas que de élcuentan se traga a la gente que intenta explorarlo, pero sin lugar a dudas tiene lo suyo: fiel guardián de la historia saltillense, mudo testigo de nuestros aconteceres. Me refiero a nuestro abandonado cerro del pueblo.
El cerro del pueblo tiene millones de años, más de 65, y tal vez no exista en nuestros alrededores regalo natural tan olvidado y despreciado como es su caso; otros espacios ecológicos como lo esZapalinamé, fuente de vida y frescura, que aun cuando enfrenta inminentes peligros, afortunadamentetiene a sus protectores:miles de saltillenses de gran corazón que abonan recursos para conservar su habitad, su razón de ser, que custodian sus arroyos, piedras, arboles, flores, pericos, osos y leones.
Fragilidad extrema
Pero el cerro del pueblo, quizá por ser tan humilde,por tener un ecosistema distinto a las montañas que se ubican en el oriente;posiblemente por ser estoicono tiene protector alguno; de hecho, hasta algunosse les ha ocurrido usurpar su dignidad, al intentar construir un absurdo letrero monumental irónicamente con el nombre de Saltillo, imitando aquél que identificaa Hollywood. ¡Vaya estupidez! ¡Vaya carencia de sentido común y respeto!
Para este modesto cerro ya quedo en el olvido su rescate, nadie hacemos nada por convertirlo en área de reserva ecológica y hoy está a merced de la imparable voracidad de la mismísima ciudad que vio nacer.
Se nos olvida que nuestro cerro es frágil, porque sus diversos ecosistemas lo son, olvidamos que requiere no solo ser conservado, sino también preservado: como recurso saber hacer uso de él sin dañarlo, pero también sin tocar su esencia, no solo la natural, sino también la patrimonial. Sabe servir.
Bien lo dice la gran Gabriela Mistral: “toda naturaleza es un anhelo de servicio. Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco”, y claro que ha servido y sigue sirviendo el cerro del pueblo.
Sus servicios son ambientales, sirve como amortiguador de vientos y de los embates de las torrenciales lluvias. Su posición protege a Saltillo, a sus habitantes. Pero sus favoresadicionalmente son patrimoniales, pues en élse guarda nuestra historia y sirve para identificar los sentimientos de nuestra ciudad y esto también es ser útil.
En él se encuentran vestigios ya pétreos de la vida que pobló estas tierras hace millones de años y esta custodia merece el mayor de los respetos.
En la indiferencia
Este imperturbable cerro tienen valor natural y también de otras índoles: es parte de nuestra historia y testigo del presente, eindudablemente, si somos sabios, puede representar el rumbo que le demos al futuro - que es donde hay que tener por mucho la mirada- , si optamos por una propuesta ecológica que lo arrope y proteja, acción que adicionalmente a los saltillensespodría otorgarnos sentido de unidad y pertenencia.
El viejísimo cerro ha servido y sigue sirviendo, pero tal vez por su edad, por acostúmbranos a tenerlo y verlo todos los días es que ya no lo vemos y menos cuidamos:ha caído en la indiferencia de sus hijos. Este olvido se asemeja a otros olvidos.
Al cerro de pueblo le pasa igual que a nuestros viejos: muchos de ellos son ignorados, segregados, ridiculizados. Pero así en general somos: no apreciamos lo que tiene auténticovalor.Evitamosreconocer en los hechos a quienes han servido, a quienes han forjado lo que podemos ser.
Y tal vez por eso hoy muchas personas viven con cierto vacío, con insatisfacción, tal vez “todo nuestro descontento por aquello de lo que carecemos procede de nuestra falta de gratitud por lo que tenemos”.
Ingratitud
La gratitud es uno de los valores más escasos en estos tiempos, y cómo no ha de ser así, si la ingratitud es hija de la soberbia. Ciertamente, tratamos de reconocer en el día de la madre, del maestro, o, como ayer, en el día de padre a personas que deseamos agradecer, pero seamos francos:eso es puro comercio, puro mercantilismo, porque en el día a día no suele haber una honesta retribución. En la cotidianidad, en general, olvidamos alos padres, a los maestros, a los viejos, a esas personas que han sido útiles, a esas que nos han servido.
Quizá, en general, nos hemos educado mal, quizá estamos condicionados para recibir atención, no para darla. Para ser servidos, no para servir. Para disfrutar, no para esforzarse; para merecer gratuitamente, no para construir con nuestras propias manos.
Así, es frecuente observar detalles pequeños pero que encierran gran significancia, por ejemplo, cuando llegan los abuelos de visita y es el hijo o la hija la que se para de su silla para cederles sus asientos y no los nietos, porque a ellos no se les molesta.
Pareciera que muchas personas, sobre todo los niños y jóvenes, ya no se preocupan por tener relaciones recíprocas con sus padres, maestros y adultos en general. Parecieran que asumen que el cuidado y la atención constante hacia ellos estará siempre disponible, sin importar cuán poco esfuerzo hagan por ayudar y ser recíprocos; tal vezpor eso luego llegan a ser incapaces de dar algo de lo mucho que han recibido. Tal vez por eso les sea muy difícil pronunciar las dos palabras que mueven al mundo: por favor y gracias. La comida regada
Hay una historia que muestra la facilidad en que podemos caer en la indiferencia: “en una casa vivía un abuelo que comía con su familia todos los días. Cuando él se volvió más senil comenzó a regar la comida sobre la mesa y no podía controlar muy bien sus manos para comer; ya necesitaba asistencia. Hasta llegó a romper el plato. Entonces papá y mamá pensaron que era incómodo tenerlo en la mesa principal, así que lo sentaron en la cocina, en un rinconcito para que allí se alimentara el viejo. Además le pusieron un plato de madera. Un día el padre llegó a la casa y vio que su niño de 10 años estaba en el patio tallando un pedazo de madera y le preguntó: ‘hijo, ¿qué estás haciendo?’ El hijo aún inocente respondió: ‘papá, estoy tallando tu plato de madera para cuando seas viejo’. Esto impactó tanto al padre que llevó al viejo abuelo de vuelta a la mesa; ‘bueno, no importa que riegue un poco de comida’, dijo.”
Ciertamente, existen hijos huérfanos de padres vivos, pero también proliferan padres vivos cuyos hijos deliberadamente los ignoran, los abandonan, los relegan.
La alegría del corazón
La gratitud genera círculos virtuosos, es el bien que genera bien, es la esencia del corazón humilde que todo lo puede, es la llave que abre nuevos horizontes, porque muchos son los ayudados y pocos los que agradecen, pero a esa minoría la vida les compensa con creces, a ellos les regala una de las mayores satisfacciones que una persona puede tener en la existencia: la alegría del corazón. De sus propios corazones.
Quien practica la gratitud ingresa a uno de los ámbitos más fecundos y profundos de las relaciones humanas, ese que es producto de la humildad, antesala de la sabiduría.
Solo quieren…
Las personas de la tercera edad, los que han servido y el mismísimo cerro del pueblo, quieren que sepamos que ellos representan uno de los capitales intangibles más valiosos con que cuenta una nación, una comunidad. No piden caridad, ni tampoco deseanque quedemos atrapados en el pasado en vanas nostalgias, sencillamente desean quelas personas de bien enciendanesa memoria que sirve para no caer en la ingratitud, en la “sin vergüenza”, o peor aún, en el perverso cinismo.
cgutierrez@itesm.mx
http://www.vanguardia.com.mx/manifiestaingratitud-1313008-columna.html

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