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jueves, 8 de septiembre de 2011

MUJERES Y PSICOPATÍA

CON EL DIABLO BAJO LA PIELMenos conocidas que sus «colegas» masculinos, estas tres asesinas fueron igualmente despiadadas a la hora del crimen
Jueves, 8 de Septiembre, 2011
En la mente de una asesina en serie
Son muchas menos que los hombres,pero las hay y, según los expertos, son las asesinas perfectas: discretas, no torturan, no siembran el pánico diseminando cadáveres. Ellas, sencillamente,matan. ¿Pero cómo son las asesinas en serie? ¿Cómo actúan? ¿Por qué lo hacen? Psiquiatras y criminólogos empiezan a tomárselas en serio y han descubierto unas sutiles mentes criminales.
Era una viuda encantadora que hacía la mejor tarta de manzana de Sacramento (Estados Unidos). Regentaba una casa de huéspedes a los que engordaba con sus guisos; incluso publicó un libro de recetas. Para entonces, Dorothea Puente ya estaba en la cárcel. A finales de los 80, la Policía desenterró siete cadáveres del jardín de su residencia. Dorothea fue condenada a cadena perpetua por drogar y asesinar a sus huéspedes -la mayoría, ancianos y alcohólicos-, una condena que cumplía en la prisión de Chowchilla (California), hasta que en marzo pasado murió a los 82 años. Era una de las pocas asesinas en serie registradas en la historia.
Hay pocas, pero las hay. Según un estudio de la Universidad de Fresno, de 399 asesinos en serie identificados en Estados Unidos en casi dos siglos -de 1800 a 1995-, solo 62 eran mujeres: uno de cada seis. Ellas mataron a unas 584 personas; ellos, a 3807. Se sabe muy poco de ellas, en comparación con lo mucho sobre ellos. Solo en los últimos años ellas han despertado al fin el interés de psiquiatras y criminólogos. Un rasgo común entre unas y otros es que la abrumadora mayoría presenta un trastorno de personalidad antisocial, una psicopatía. Por ahí van hoy las nuevas investigaciones.
Según el psicólogo norteamericano Jonathan Kellerman, el número de hombres diagnosticados como psicópatas supera al de mujeres en ocho a uno. Este dato y la acción de la testosterona, hormona masculina que incita a la dominación, bastaban para explicar tradicionalmente por qué los hombres son más proclives a la violencia y llegan a extremos de crueldad inimaginables.
Pero estos datos hoy son ya cuestionables. Un novedoso y curiosox estudio con reclusas de Alemania ha concluido que ellas se las apañan mejor para ocultar su frialdad interior y la carencia de sentimientos y empatía. «Las psicópatas constituyen una agujero negro para la ciencia», afirma la psicóloga Anja Lehmann, de la Universidad Libre de Berlín y autora de la investigación publicada por el semanario Der Spiegel. Lehmann ha recorrido varias cárceles de mujeres para elaborar un perfil de las reclusas con patología antisocial. Contactó con 230 prisioneras para pedirles su colaboración; 60 se mostraron dispuestas. Tras varias entrevistas, la investigadora identificó a seis psicópatas. Como es habitual, se sirvió del cuestionario desarrollado por el psicólogo Robert Hare en los años 70.
Un elemento importante de la batería de preguntas es indagar sobre conductas negativas anteriores. Los psicópatas suelen mostrar alarmantes señales de desequilibrio cuando aún son críos: torturan a animales, provocan incendios, se muestran violentos y con diez o doce años ejercen algún tipo de abuso sexual sobre sus hermanos o sus compañeros de clase.
Todavía no se ha identificado un patrón similar en las mujeres. No es raro que muchos psicópatas hombres acumulen antecedentes policiales antes de ser mayores de edad. Por el contrario, las mujeres entrevistadas por Lehmann solo cometieron en su adolescencia fechorías de poca monta: «Robaban gominolas o pintalabios, travesuras insignificantes que no quedaban registradas como delitos».
La investigadora alemana encontró en la cárcel a mujeres inaccesibles desde un plano emocional. Confrontadas a sus crímenes, no mostraban vergüenza. «Les da igual cómo las perciban los demás, lo que es extraño, pues a las mujeres suele importarles la imagen que transmiten», explica Lehmann. A su vez, comentaban con frialdad los móviles de sus más horribles crímenes. «Por ejemplo, se justificaban diciendo: «Me molestaba, quería echarme de casa», así, sin más», recuerda. La compasión les era desconocida. «Son mujeres que pueden arrasar todo a su paso. Irradian algún tipo de magnetismo sexual, aun las menos atractivas, presentándose a los hombres como una presa fácil. En realidad, quieren tener siempre el control.» Pueden arruinar a su pareja mientras esta permanece sumida en un hechizo de indulgencia. Las seis delincuentes entrevistadas por Lehmann interpretaban el papel de mujer pasiva, agobiada y dependiente para conseguir lo que querían. «Las mujeres, además, se las apañan mejor que los hombres para atenerse a las reglas sociales, al menos en apariencia. Muchas psicópatas quedan así fuera del radio de acción de la justicia. La combinación de estos factores convierte a las mujeres en las psicópatas perfectas», advierte.
Esta conclusión es coherente con otros estudios. Por ejemplo: mientras los asesinos en serie hombres matan durante unos cuatro años de media antes de ser arrestados, las mujeres tardan más de ocho en ser descubiertas y algunas han llegado a asesinar hasta durante tres décadas. «Son discretas. No dejan la escena del crimen plagada de huellas, no causan una gran alarma social dejando cuerpos diseminados por diferentes lugares, no se regodean sádicamente antes de matar. No torturan, no violan, no mutilan, no secuestran, a no ser que sean cómplices de un hombre, lo que sucede en un tercio de los casos. Ellas, sencillamente, matan», expone el historiador social Peter Vronsky en su obra Female serial killers. Otra peculiaridad de las asesinas múltiples es que suelen conocer a sus víctimas. Son el marido, los hijos, gente de su entorno, pacientes a los que cuidan en un hospital... Los psicópatas hombres, en cambio, eligen al azar.
¿Y cómo matan ellas? Lo habitual, en el 45 por ciento de los casos, es el envenenamiento. Solo el 20 utiliza armas de fuego, objetos contundentes (16 por ciento) o cortantes (11), caso más habitual entre los hombres.
Una circunstancia que sí se repite entre los asesinos en serie, hombres o mujeres, es haber sufrido abusos en su infancia y pertenecer a familias rotas por problemas mentales de los progenitores o de adicción al alcohol o a las drogas. El trastorno comienza como una evasión de la realidad. El niño tiene fantasías donde invierte los papeles: ya no es el agredido, es el agresor. Y, en consecuencia, está a salvo. Tiene el poder. Las fantasías son cada vez más destructivas hasta que llega el momento en que el menor se atreve a hacerlas realidad. Aislamiento y soledad, y a veces problemas de obesidad y acné, son comunes. También un déficit de autoestima que se compensa primero con el fantaseo, después con la agresión y más tarde con la habilidad para eludir el castigo. Se genera un círculo vicioso de euforia -por la descarga de tensión- seguido de depresión -lo que genera la expectativa de repetir- que se retroalimenta. Las chicas no suelen comportarse de manera abiertamente violenta, algo que sí terminan haciendo los chicos. Pero saben cómo manipular a los otros, gracias a su mayor habilidad lingüística y social, para ejercer la agresión de manera indirecta, según la antropóloga Ilsa Glazer.
La psicopatía no tiene cura de momento. Todas las terapias se han saldado hasta la fecha con fracasos. Para conseguir resultados, los expertos consideran que habría que comenzar la intervención psiquiátrica en la infancia. Y para ello se necesita, antes que nada, diagnosticarla. Cuando acaban en un psiquiátrico, es demasiado tarde. Por eso es tan importante el diagnóstico temprano y certero. La psicóloga estadounidense Hallie Ben-Horin, por ejemplo, aboga por adaptar el cuestionario de Hare al estudio específico de las mujeres. Para ella, habría que prestar atención a tres aspectos que se han descuidado. El primero es la agresión relacional. «Para las psicópatas, las relaciones son un simple medio para conseguir un fin. A estas mujeres les gusta difundir rumores maliciosos y hablar con desprecio de los demás.» El segundo: la capacidad de manipulación. «Describen a los demás como crédulos y débiles y expresan el convencimiento de que sería absurdo no aprovecharse de alguien tan tonto.» Y el tercero: un estilo de vida parásito. «Se instalan en la dependencia económica. Obtienen lo que necesitan, bien presentándose como personas desvalidas o bien con presiones y amenazas. Cambian a menudo de pareja y se fijan en hombres con ingresos elevados.»

Darío Calabor

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